viernes, 15 de enero de 2010

ALAS DE PERSEO EN EL OLIMPO

La tierra del escritor son páramos de sombras y
bosques de la memoria personal y colectiva de donde
salen figuras grotescas que sólo el mito arcaico nos
ayuda a reconocer.
Suso de Toro
ALAS DE PERSEO EN EL OLIMPO

Subí los escalones con la seguridad de saber que por fin algo cambiaría. El fogonazo me sobresaltó. Tranquila, me dijo el fotógrafo, Soy del diario La Unión. ¿Me concederá después un reportaje? Con los ojos húmedos y un leve movimiento de cabeza, dije que sí.
Tras la presentación del documento de identidad pasé los controles y esperé a ser llamada. Me detuve junto a la figura de mármol. La miré fijamente para que supiera por qué estaba ahí.
El agua de la ducha la roció. Se estremeció bajo las gotas que recorrían los surcos de su cuerpo. Alzó la cabeza que desde la noche anterior le habían obligado a mantener gacha. Los músculos aliviados, se distendieron doloridos. Se sintió como una barca arrastrada por un aluvión. Se meció con dificultad intentando desentumecerse.
El agua del caño agujereado cayó sobre su cara llevando sus lágrimas. Una mano apretaba la suya mientras le pasaba jabón y calor. Recordó que no estaba sola y la mirada se llenó de cuerpos a los que el interrogatorio había cubierto de signos de resistencia y orgullo.
Me llamaron con un gesto. La puerta se cerró tras mis pasos. En la imponencia del recinto, vi a los cinco hombres que cargarían con el peso de la sentencia en medio de la serenidad y la adustez.
_ ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? _ me preguntaron
_ Sí, juro _ me escuché decir.

La voz a su lado preguntó ¿Cuándo llegaste? Me trajeron anoche, soy de Lanús, digo por si te vas antes que yo. La voz sonó débil Nunca sabemos si los que se van terminan en su casa. Pero de esa esperanza vivimos, alcanzó a decir.
El fin de la caída del agua trajo nuevamente dolor y silencio. Se vistió con dificultad, cubrió los ojos con el trapo y con las manos buscó el hombro compañero y formó parte de la fila que volvió a sus lugares. Intentó dormir de costado y lo consiguió a ratos. Por entre las fisuras de la venda veía acunarse las sombras de las hojas de un árbol en un cuadrado de sol. Imaginó una canción infantil en el lecho infantil. La penumbra la envolvió.
Al rato, alguien le preguntó si estaba bien. Contestó que no y lloró.
_ Ánimo, que no lo sepan ellos o será peor. Preparate porque te volverán a preguntar lo mismo. Vos contestá lo de anoche; será lo que evitará maltratos.
El ruido de pasos la obligó a levantarse. Oyó que le preguntaban cómo estaba. Soy médico. La voz sonó como un bálsamo. Le retiraron la venda de los ojos.
_ Mal, me duele la espalda_ miró fijamente al joven y a su acompañante y sollozó.
_ Bueno_ dijo él _ Lo de la espalda te va a pasar. Pero recordá que yo atiendo de acá para abajo _ descendió la mano desde el pecho a las piernas_ Para arriba no ¿eh?
Lo vio alejarse, mientras la enfermera llevaba el dedo a la boca indicando silencio y simulaba un bostezo. Comenzó a darse cuenta.
Con los días, uno de esos hombres se hizo cargo de su caso. Entre la medianoche y la madrugada la sentaba a escribir “su historia”. Cerca de ella, sacudía su pelo enrulado mientras con la mirada fija parecía querer inmovilizarla. Alguien, Medusa, le decían. Le sacaste algo, Medusa. Pero él callaba. Y ella escribía, escribía poniendo alas en su memoria para volar allí, a lugares donde pudiera encontrar algo nuevo que se deslizara en el papel acompañando el caer de la tinta azul.
De regreso a su rincón, entraba al lavabo donde refrescaba cara, manos, lágrimas. El agua era exorcizante. Cicatrizaba los surcos de la espalda, era fuente en la boca reseca; la sentía correr, la aliviaba.
Cuando le preguntaban cómo le había ido respondía Igual que Perseo con alas, pero no en los pies sino aquí. Las manos mariposeaban alrededor de sus sienes. Medusa no me petrificará mientras mi memoria vuele. Eran los únicos momentos en los que volvía a ser ella, que ya no tenía esperanzas pero que jamás lo confesaría por no entristecer a sus compañeros de sufrimiento.
Una noche la llevaron a otro sector, le dieron ropa y le ordenaron bañarse. Creyó que sería la prueba de fuego. Mil ideas pasaron por su mente. Qué sería de ella. Adónde la trasladarían. Y otra vez el rocío calmó el erizamiento en las cicatrices abiertas ahora desde adentro y borró la sal de las mejillas.

_ ¿Es Ud. amiga, enemiga, pariente o deudora de aquellos a los que viene a denunciar?
_ No, nada, señor dije.

Con la cabeza gacha entró al Falcon verde. Dos adelante, uno a cada lado de ella, atrás. Pasaron los minutos, la oscuridad dio paso al neón a través de los párpados. A sus oídos llegaban las voces admonitorias Esta vez te salvaste, Con nosotros no se juega. Cuidá las amistades. Frenadas, vueltas. Ya llegamos, Bajá y no te des vuelta. Y que no nos enteremos que contaste algo.
Escuchó lo que podía ser un ruido de armas. Los segundos fueron eternidad. Se prendió al timbre. El coche arrancó. La puerta se abrió con cuidado y la cara de la hermana le sonrió entre lágrimas. La ternura las fundió.

_ ¿La guían a este tribunal deseos de venganza o prejuicios? _ me preguntó la voz neutra.
_ Sólo de justicia, señor. Y comencé mi declaración.
Elsa.

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